Muerte, silenciosa compañera,
que caminas de la mano del tiempo,
no eres sombra que aterra,
sino el susurro del viento.
Vienes como el ocaso,
dulce en su despedida,
no arrebatas, solo abrazas,
y guías al alma perdida.
No es el fin que nos apaga,
sino el umbral de un viaje eterno,
donde el cuerpo se aquieta
y el alma se funde en lo etéreo.
En tu abrazo no hay dolor,
solo el eco de lo vivido,
y aunque nos causas temor,
eres el reposo prometido.
Muerte, no temida,
serás al final solo paz,
un sueño que nos lleva,
sin prisa, a la eternidad.