Hoy, mientras seguía atrapada en el tráfico, me di cuenta de que, a veces, los momentos más simples pueden convertirse en los más mágicos. Levanté la vista y vi el cielo teñido de un suave tono gris azulado, y entre las nubes, algo llamó mi atención.
Una nube, en particular, parecía esconder la silueta de un gato. Sí, un gato, con su cuerpo esponjoso y su cola curvada, como si estuviera durmiendo, flotando sobre el cielo.
En ese instante, mi mente se llenó de imágenes: me imaginé al gato, ronroneando en el cielo, saltando de nube en nube como si fueran suaves almohadas. Y por un momento, me sentí completamente en paz.
Pensé en cuántas veces pasamos por alto estos detalles, distraídos por las prisas del día a día, y di gracias por estar ahí, en medio del tráfico, teniendo la oportunidad de contemplar algo tan bello y sencillo.
El cielo, el gato de nubes, el atardecer... todo parecía recordarme que, a pesar de las complicaciones y el caos, la belleza siempre está presente, solo tenemos que detenernos y mirar.
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