martes, 31 de diciembre de 2024

Risas, música y un adiós al año

 


Esta noche no es una más, es un salto entre dos capítulos: el adiós a un año que nos regaló de todo y la bienvenida a uno lleno de promesas. Y aquí estoy, entre risas, canciones y recuerdos, disfrutando cada instante como si fuera un regalo especial.


La noche comenzó con karaoke, ese momento en el que la música nos une, las risas salen naturales y el corazón canta incluso cuando la voz no da para más. Fue como liberar todo lo vivido este año, cantando con alegría, desafinando con estilo y dejando que cada canción contara nuestra historia.



Para mí, 31 Minutos era mi escapada, mi rincón feliz donde podía dejar las preocupaciones y simplemente reír.

Mientras Juan Carlos Bodoque, Tulio y todo el equipo de 31 Minutos llenan mi sala, siento que esta noche es un recordatorio de lo importante que es reír, cantar y conectar con aquello que te hace feliz.

Hoy, al reencontrarme con ellos, siento que la vida me dice:

“Recuerda quién eres, recuerda lo que te hacía feliz”.


Y aquí estoy, riéndome a carcajadas como si no hubiera mañana, porque hay algo mágico en conectar con esa parte de uno mismo que sigue siendo niña, que sigue soñando, que nunca deja de creer en las cosas simples pero inmensas.


Así cierro este año, con risas sinceras, nostalgia bonita y el corazón lleno de gratitud. Si algo me enseñaron estos títeres adorables es que nunca hay que tomarse la vida demasiado en serio. Porque al final, lo que queda son estos momentos: una carcajada inesperada, un recuerdo que te abraza y la certeza de que la felicidad está en lo simple.


Así cierro este año, con música, carcajadas sinceras y nostalgia bonita.

Entre las canciones del karaoke y las ocurrencias de estos títeres adorables, mi corazón se llena de gratitud.

Si algo aprendí esta noche es que la felicidad está en lo simple: en una canción compartida, en una carcajada inesperada y en esos momentos que te hacen sentir vivo.


El poder de amar y la responsabilidad de dejar ir

 


Con un gran poder viene una gran responsabilidad”, decía Spider-Man, pero ¿qué pasa cuando ese poder no es un súper traje ni habilidades sobrehumanas, sino la capacidad de amar profundamente? Amar y cuidar de los demás puede sentirse como un superpoder, pero también conlleva la carga de querer salvar a quienes más queremos, incluso cuando no está en nuestras manos.


He aprendido, a través de mi hijo, mis pacientes y mis amistades, que el amor no siempre significa intervenir o solucionar. Amar también es confiar. Es permitir que cada persona, con su libre albedrío, tome decisiones que los guíen por el camino que solo ellos pueden recorrer.


Es una gran responsabilidad comprender que no somos dioses, que no tenemos el control absoluto de las vidas de los demás. Pero en esa comprensión también hay libertad. Porque amar no significa cargar con el destino de otros; significa estar allí para ellos, ser un faro en medio de la tormenta, y saber cuándo dejar que encuentren su propio puerto seguro.


El amor, como el poder, no es sobre control, sino sobre presencia. Es un acto de fe, tanto en ellos como en nosotros mismos. Porque al final, como Madame Web, Spider-Man, y todos los héroes que admiramos, no podemos salvar a todos, pero podemos inspirarles a salvarse a sí mismos.


lunes, 30 de diciembre de 2024

El Lunes que juega a ser Sábado



Hoy desperté en un lunes extraño,

con el alma en pausa y sin calendario.

¿Es lunes? ¿Es sábado? ¡No sé qué pensar!

El tiempo se burla y me hace dudar.


El sol, perezoso, decide bostezar,

como si quisiera el día alargar.

El reloj se detiene, o eso parece,

¡este lunes se siente como un mes que envejece!


Las calles tranquilas, el aire en reposo,

¡todo tan lento, casi perezoso!

“¿Qué día es hoy?”, pregunta mi mente,

¡un lunes vestido de sábado, claramente!


Las horas se estiran como chicle al sol,

y yo las persigo con poco control.

Una taza de chocolate , otro más, ¡pierdo la cuenta!

Este día confuso mi energía intenta.


Pero al final, entre risas y enredos,

agradezco este lunes que rompe mis credos.

Porque aunque parezca un sábado en disfraz,

¡me regaló un momento para disfrutar en paz!


La Comunidad de la Fe: Un Paralelismo con la Comunidad del Anillo

 


En El Señor de los Anillos, la Comunidad del Anillo es un grupo diverso de personajes que se unen con un propósito común: destruir el anillo único y salvar la Tierra Media.

Aunque sus miembros son distintos en habilidades, temperamentos y perspectivas, cada uno aporta algo único al viaje. Del mismo modo, nuestra comunidad de fe está formada por personas con diferentes trasfondos, dones y caminos, unidas por la búsqueda de Dios y el crecimiento espiritual.


Unidos en la diversidad


Frodo, el portador del anillo, no podría haber llevado a cabo su misión sin la ayuda de Aragorn, Legolas, Gimli, Gandalf, Sam y los demás. Cada uno enfrentó sus propias luchas, pero juntos pudieron superar desafíos imposibles. En nuestra vida de fe, la comunidad nos ayuda a llevar las cargas más pesadas, a encontrar fortaleza cuando nos sentimos débiles y a mantenernos enfocados en el propósito divino.


La imperfección dentro de la comunidad


La Comunidad del Anillo no fue perfecta. Hubo desacuerdos, tensiones y momentos de duda. Boromir, por ejemplo, sucumbió brevemente a la tentación del poder del anillo. Sin embargo, la comunidad no se disolvió por los errores individuales. Del mismo modo, dentro de nuestras comunidades de fe, pueden surgir conflictos o inconsistencias, pero estos no deben ser razones para alejarnos. En lugar de juzgar o separarnos, estamos llamados a apoyar, perdonar y seguir adelante, reconociendo que todos somos imperfectos.


El viaje como un aprendizaje mutuo


Así como la Comunidad del Anillo creció y se transformó a lo largo de su viaje, nuestras comunidades espirituales nos moldean. Nos enseñan a ser más humildes, pacientes y empáticos. Nos recuerdan que, aunque cada uno de nosotros tiene una relación personal con Dios, el viaje es más significativo cuando lo compartimos con otros.


Conclusión: Caminar juntos hacia un propósito mayor


Al igual que en la historia de Tolkien, nuestro propósito como comunidad es avanzar juntos, apoyándonos mutuamente en los momentos de oscuridad y celebrando juntos las victorias. No permitamos que las fallas humanas nos desanimen, sino que veamos la comunidad como una oportunidad para crecer, compartir y construir un camino hacia lo divino.


La Comunidad de Fe: Un Camino Compartido


En muchas ocasiones, nos encontramos con el desafío de lidiar con nuestras percepciones hacia los demás dentro de una comunidad, especialmente en la fe. A veces, los errores o inconsistencias que vemos en otros pueden hacer que cuestionemos el propósito de la comunidad misma. Sin embargo, este es un buen momento para reflexionar sobre la importancia de la unión espiritual.


El rol de la comunidad en el crecimiento espiritual


Como seres humanos, ninguno de nosotros es perfecto. Todos estamos en un viaje único, con fallas, aprendizajes y momentos de crecimiento. Es aquí donde la comunidad se convierte en un pilar fundamental. Aunque la relación con Dios es personal, la interacción con otros creyentes puede enriquecer nuestra perspectiva, fortalecer nuestro ánimo y brindar apoyo en los momentos difíciles.


Evitar el juicio, fomentar la empatía


Cuando encontramos actitudes que no corresponden con los valores que compartimos, en lugar de alejarnos, podemos adoptar una actitud de empatía y oración. Cada persona lleva sus propias luchas internas, y aunque no somos responsables de cambiar a los demás, sí podemos ser instrumentos de amor, comprensión y apoyo.


Un recordatorio para nosotros mismos


La fe no es un camino que debamos recorrer solos. Así como otros pueden inspirarnos, también podemos ser un ejemplo positivo. Al vivir en coherencia con lo que creemos, contribuimos al bienestar de la comunidad, recordando que nuestro testimonio personal puede tener un impacto más profundo que cualquier palabra.


En última instancia, no permitamos que los errores de otros nos desvíen de nuestra propia conexión con Dios ni nos hagan renunciar a la riqueza de una comunidad espiritual.


La hipocresía puede ser una realidad, pero la gracia, el perdón y el amor son mayores.


domingo, 29 de diciembre de 2024

Agua de coco lloviznada



El camino se extiende frente a nosotros, serpenteando entre árboles que parecen aplaudir suavemente con la brisa húmeda.

Las gotas de lluvia, ligeras como susurros, decoran el parabrisas mientras seguimos avanzando, uniendo el cielo gris con la promesa de un hogar cálido al final del trayecto.

Cada curva trae consigo un nuevo paisaje, pero siempre, sin falta, está la parada obligatoria: los cocos.


Allí están, apilados como pequeños guardianes de la frescura, esperando a ser escogidos.

 “Agua de coco asoleada,” decimos con cariño cuando el sol nos acompaña. Pero hoy, con esta llovizna juguetona, nos reímos y decimos: “Agua de coco lloviznada.” Qué curioso suena, como si la lluvia les diera un toque especial, una bendición que no podemos ignorar.


El coco en sí tiene su propio ritmo, su propio mundo. Casi puedo escuchar su historia al abrirlo, el chasquido que anuncia la liberación de su esencia.

Es un regalo, uno que siempre sabe mejor en el camino, sea bajo el sol abrasador o bajo este cielo nublado que parece envolverte en un abrazo fresco.


Y la lluvia… Ah, la lluvia, esa vieja amiga. No se limita a caer; conversa con la tierra, con las hojas y con nosotros.

Habla de renovación, de calma, de pausas necesarias en medio de la prisa diaria. Es un recordatorio de que incluso los días grises tienen su belleza, de que incluso el camino más largo puede transformarse en algo especial cuando lo recorres con gratitud.


Hoy, entre la llovizna, el coco y el camino, siento que la vida misma se desliza suavemente, como esas gotas sobre el vidrio.

No importa si está soleado o lloviendo, mientras tengamos momentos como este, cargados de risas y pequeños placeres, todo estará bien.


De las preguntas a la confianza



El camino espiritual muchas veces inicia con una pregunta. Para algunos, y me incluyo es el ”¿Por qué?” lleno de dolor y desconcierto, dirigido a un cielo que parece distante. Así comenzó mi viaje.

Una y otra vez, enfrentaba situaciones que desafiaban mi fe, y mi alma reclamaba respuestas que no llegaban. Las preguntas parecían rebotar en un vacío insondable e inconsolable ( por lo menos así lo sentía yo, lo sentía mi mente ) dejando un eco de frustración y tristeza.

Con el tiempo, porque dicen que el tiempo va sanando las heridas , pero también tienes que poner de tu parte para sanar y ahí es donde su sucede el milagro (las personas le llaman la magia, la conexión con lo divino )


El ”¿Por qué?” dio paso a un ”¿Hasta cuándo?”


Esta pregunta, aunque aún llena de anhelo, llevaba en sí una pizca de esperanza: la espera de un cambio, de un milagro. Me acercaba más a esa fuerza suprema que algunos llaman Dios, otros el Universo, y yo, mi fuente divina. Me sumergí en escrituras sagradas y, como Nefi en el Libro de Mormón, empecé a comprender que el propósito no estaba en la pregunta, sino en la disposición de recibir dirección.


Un día, en un momento de profunda oración y meditación, surgió una nueva pregunta en mi corazón: ”¿A dónde debo ir?” Ya no buscaba respuestas a mi pasado ni plazos para mi futuro. Ahora deseaba ser guiada, como si hubiera aceptado que la fuente divina siempre tuvo un plan, aunque mis ojos no lo vieran con claridad.


Al igual que Nefi al construir su barco, comprendí que la clave no estaba en cuestionar, sino en actuar con fe, aunque el propósito final permaneciera oculto. Me dispuse a caminar, paso a paso, confiando en que el sendero se revelaría. Las tormentas de mi vida no desaparecieron, pero algo en mi interior cambió. Ya no temía el mar, porque sabía que no navegaba sola.


Este último domingo del año, reflexiono sobre ese viaje. Las preguntas aún vienen, como lo hacen las olas en la playa, pero ahora las dejo pasar. Mi oración ha cambiado de un grito de desesperación a una suave rendición: “Guíame, estoy lista para seguir.”


Un Jueves 26 de Diciembre


El reloj marcaba las 8:25 de la mañana de un jueves 26 de diciembre.

La playa se extendía tranquila frente a mí, un lienzo de arena oscura acariciado suavemente por las olas que iban y venían en un ritmo hipnótico.

La brisa salada jugaba con el mantel bordado de la mesa, me encantó porque era navideño; mientras el cielo nublado, salpicado por tenues rayos de sol, prometía un día sereno y nublado.


En mi plato, un desayuno que parecía contar su propia historia: los plátanos maduros fritos, dorados y dulces, desprendían un aroma que recordaba a la cocina de casa. Los frijoles negros en su pequeño recipiente hablaban de tradición, de raíces, mientras el queso blanco fresco aportaba un equilibrio suave. Junto a ellos, el colorido de los huevos revueltos con tomate, cebolla y cilantro añadía vida al paisaje del plato. Un trozo de sandía, vibrante y jugoso, completaba esta sinfonía de sabores.


En el centro de la mesa, un vaso de jugo de Youth Elixir de Fuxion ( presencia de marca , no pagada 😅) brillaba con intensidad, un contraste perfecto con el azul grisáceo del mar que se extendía hasta el horizonte. Cada sorbo era como un recordatorio de la vitalidad que nos regala la naturaleza, mientras el murmullo del océano llenaba los silencios con su constante canto.


Desde mi asiento, podía ver cómo las olas se deslizaban perezosamente hacia la orilla, dejando rastros efímeros en la arena, antes de retirarse una vez más al vasto océano. Las mesas vacías alrededor me otorgaban un privilegio silencioso, una intimidad con la inmensidad que tenía frente a mí.


En ese instante, mi corazón se sentía en paz, agradecido. El tiempo parecía detenerse, permitiéndome saborear no solo el desayuno, sino también la serenidad que pocas veces se encuentra en medio del caos cotidiano.

Este momento, tan sencillo y tan perfecto, era un regalo; un recordatorio de que la verdadera felicidad reside en los pequeños placeres de la vida.





Un Jueves Gris lleno de Esperanza

 


El cielo pinta de gris la mañana, como si guardara secretos entre sus nubes.

El amanecer asoma tímido en el horizonte, apenas una pincelada cálida entre el frío

La arena oscura, fría y suave, abraza los pies descalzos, recordando que incluso lo simple puede ser profundo.


El aire salado acaricia mi rostro, trayendo consigo historias que el mar susurra en su vaivén constante.

Cada ola es un verso, un suspiro de la inmensidad que se estrella con suavidad en la orilla.


La soledad aquí no pesa, sino que envuelve.

El mundo parece haberse detenido; el tiempo ya no corre, solo camina despacio, dejando espacio para que la mente respire y el corazón se aquiete.


En esta playa, bajo este cielo gris, hay paz.

Una calma que habla sin palabras, que se filtra en cada rincón del alma.

Y así, mientras el amanecer lucha por romper las sombras, todo parece estar justo como debe ser: perfecto en su imperfección.


En el horizonte gris, dos pelícanos surcan el aire con una elegancia casi poética. Sus alas se extienden como pinceladas firmes sobre un lienzo que la mañana aún no ha terminado de pintar. Vuelan bajo, justo sobre el límite donde las olas rompen y el mar comienza su danza eterna.


Están en busca de su desayuno, movidos por el instinto que los conecta con la naturaleza y sus ciclos. Sus sombras se deslizan sobre la espuma blanca, vigilando el agua con la precisión de los antiguos cazadores. De pronto, uno se zambulle, rompiendo la calma del océano por un instante. Una presa, un regalo del mar, y el ciclo de la vida continúa.


Mientras tanto, el sonido de sus alas al cortar el viento se une al rugido suave de las olas. Parecen ser parte de un todo, una coreografía invisible entre cielo, mar y vida.


En su vuelo, llevan consigo un mensaje sutil: incluso en las mañanas más grises, la búsqueda de lo esencial nunca cesa.





🌺 When the Body Speaks: A Letter We Should All Write 🌺

Your body doesn’t betray you—it tries to protect you. But are you listening? In the hustle of everyday life, it’s easy to forget that our bo...