¿Cuál fue tu fracaso de hoy?
No es una pregunta para incomodar.
Es una invitación a crecer.
Una invitación a romper con la idea de que fallar es sinónimo de perder.
Michelle Poler nos lo recuerda con una historia sencilla y brillante: su padre celebraba cada noche el fracaso del día con sus hijos.
“¿Qué intentaste hoy y no salió como esperabas?” les preguntaba.
Así, desde pequeños, aprendieron que fracasar no era motivo de vergüenza, sino una señal de que lo estaban intentando.
Vivimos en una cultura que aplaude los logros, pero silencia los tropiezos.
Se muestran resultados sin mostrar el esfuerzo, los rechazos, las horas de insomnio o las puertas cerradas. Se nos olvida que el esfuerzo es invisible, pero esencial.
Que el éxito genuino no nace de la perfección, sino de la perseverancia.
Fracasar es incómodo, claro que sí.
Pero es también un maestro que nos enseña por dónde no ir… y, a veces, por dónde sí.
El verdadero fracaso no está en equivocarse, sino en no intentarlo por miedo a caer.
Lo que parece un tropiezo, puede ser la base de una fortaleza futura.
Lo que hoy te hace dudar de ti, puede ser justo lo que mañana te impulse con más fuerza.
Y aunque duela, el fracaso también construye.
Te invito a hacer este ejercicio valiente:
¿En qué fracasaste hoy?
Escríbelo. Agradécelo. Y úsalo como semilla para tu próximo intento.
Porque al final, como dice Michelle, no queremos que las cosas simplemente salgan bien a la primera.
Queremos que el camino valga la pena.
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