Nos enseñaron a celebrar los triunfos, a gritar las victorias, a publicar los aplausos.
Pero…
¿quién habla del rechazo?
¿Quién se atreve a mostrar la carta que no fue respondida, el “no” que dolió más de lo esperado, o el silencio que dejó huellas más profundas que mil palabras?
Michelle Poler, en su libro Hola, Miedos, lanza un reto valiente y necesario: compartir los fracasos y rechazos con la misma frecuencia con la que celebramos nuestros logros.
Porque, aunque cueste creerlo, ahí también habita la conexión humana más pura: la de saberse vulnerable… y aún así sentirse acompañado.
Durante mucho tiempo, yo también creí que solo valía lo que podía mostrar como éxito.
Que mis errores eran secretos vergonzosos.
Pero en los momentos donde me atreví a decir “esto no salió como esperaba”, descubrí algo hermoso: la empatía florece en la tierra del rechazo compartido.
Lo más impactante es esto: a todos nos han rechazado alguna vez, pero no todos lo cuentan.
Y eso genera una ilusión engañosa: creemos que somos los únicos que han fallado, los únicos con heridas, los únicos que “no fueron suficientes”.
La verdad es otra. No es que no hayan sido rechazados… es que no lo publican.
Cuando abrimos el corazón y compartimos la historia completa —no solo los aplausos sino también las caídas— algo mágico sucede: la vergüenza se transforma en poder, y la soledad en comunidad.
Porque mostrar nuestra vulnerabilidad no nos debilita, nos libera.
Hoy quiero invitarte a hacer un acto de valentía: comparte esa historia que aún te duele, no para buscar lástima, sino para sembrar empatía.
Tal vez alguien del otro lado necesita saber que no está solo.
Tal vez tu rechazo sea el espejo que lo ayude a sanar.
Y recuerda: no todos los “no” cierran puertas.
Algunos simplemente te redirigen a caminos que aún no habías imaginado.
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