A veces, la vida nos pone frente a momentos inesperados que nos recuerdan lo hermoso y frágil que es el mundo natural.
Mi viaje a Cobán ya había estado lleno de aventuras: desde perderme en el camino hasta encontrarme con unos adorables perros salchicha.
Pero nada me preparó para la experiencia de rescatar a un pequeño zanate atrapado entre unas cuerdas.
Un Grito de Ayuda en Medio del Silencio
Todo comenzó cuando noté un movimiento extraño cerca de la granja de los patos y cerca de Nandy el avestruz . Al principio pensé que era un pato enredado, pero al acercarme vi Un ave negra con reflejos marrones que luchaba desesperadamente, sus patas atrapadas en un nudo de cuerda que no le permitía moverse. Intentaba volar, pero cada aleteo lo hacía enredarse más, y se había lastimado al intentar safarse de la cuerda y solo había logrado enredarse y lastimarse.
No podía quedarme de brazos cruzados. Me acerqué lentamente, con la intención de ayudarlo, pero el zanate tenía otras ideas. En su mente, yo no era una rescatista, sino una amenaza más en su momento de desesperación.
Entre Picotazos y Regaños
Tomé al pequeño con cuidado, tratando de que sintiera mi intención de ayudarlo, pero en respuesta, él decidió que su mejor defensa era atacarme. Y vaya que lo hizo.
Cada vez que intentaba soltar el nudo en su pata, me lanzaba picotazos, pero no eran agresivos. Eran más bien suaves, casi como si me estuviera diciendo ”¡Cuidado, ahí me duele!” o ”¡Eso me molesta!”.
No pude evitar sonreír. “¡Oye, te estoy ayudando, no me piques!”, le decía, como si entendiera mis palabras. En ese momento, me sentí como la mismísima Doctora Doolittle, regañando a un paciente testarudo que no comprendía que estaba de su lado.
Pero no lo culpaba. Para él, yo era una criatura gigante que lo sujetaba y hablaba en un idioma que no entendía. Su miedo era lógico. Así que intenté tranquilizarlo con una voz suave, como si de verdad pudiéramos comunicarnos.
La Libertad y un Adiós Silencioso
Después de varios intentos (y muchas negociaciones entre mis manos y su pico), logré liberar su patita del enredo.
Por un segundo, el zanate se quedó quieto en mi mano, como si estuviera procesando lo que había pasado.
Nos miramos. ¿Había entendido que solo quería ayudarlo?
Y entonces, en un instante, extendió sus alas y se elevó en el aire. Su silueta se perdió entre los árboles, dejando tras de sí solo la sensación de haber sido parte de algo especial.
Un Encuentro que No Olvidaré
Esa noche, mientras recordaba todo lo vivido en Cobán, pensé en aquel pequeño zanate y en cómo, por un momento, nuestras vidas se cruzaron de la manera más inesperada.
Tal vez él ya no lo recuerde, o tal vez lo cuente a su bandada como una historia de un encuentro con una humana extraña que hablaba demasiado.
Lo que sí sé es que ese instante, breve pero significativo, me hizo sentir más conectada que nunca con la naturaleza.
Porque ayudar, aunque sea a una pequeña ave, es un recordatorio de que todos compartimos este mundo y, en los momentos justos, podemos ser la diferencia entre la desesperación y la libertad.
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