Estoy sentada en el balcón de la cabaña, con la brisa fresca acariciando mi rostro y una vista que invita a la calma. Frente a mí, las montañas de Cobán se alzan imponentes, como testigos silenciosos de mi viaje. El cielo es de un azul impecable, salpicado con apenas una nube solitaria que parece flotar sin prisa.
Vine aquí con expectativas. Tenía en mente un viaje distinto, quizás más estructurado, con momentos planeados y experiencias esperadas. Pero la vida, con su manera particular de enseñarnos lecciones, decidió darme lo que realmente necesitaba en lugar de lo que yo pensaba que quería.
La Magia de lo Inesperado
Desde el primer día, Cobán me sorprendió. Entre desvíos inesperados y pequeñas aventuras, descubrí que perderse también es una forma de encontrar algo nuevo. Conocí perritos salchicha que se convirtieron en compañeros espontáneos, almorcé en un restaurante acogedor que no estaba en mi plan, y terminé en un Airbnb escondido, rodeada de naturaleza y serenidad.
Y luego estuvo él… el pequeño zanate atrapado en las cuerdas.
Nunca imaginé que terminaría rescatando un ave en este viaje. Fue un momento de conexión pura, donde entendí que, a veces, ayudar a otro ser vivo también nos ayuda a nosotros mismos. Me picoteó con suavidad, como si intentara decirme “eso duele”, y al final, cuando voló libre, sentí que una parte de mí también se liberaba.
Aceptar y Fluir
Ahora, sentada en este balcón, miro hacia atrás y me doy cuenta de que este viaje no fue lo que esperaba, pero fue perfecto en su propia forma. Me regaló momentos de introspección, de servicio, de conexión con la naturaleza y con personas que, de alguna manera, estaban en mi camino por una razón.
La vida nos da lo que necesitamos, aunque en el momento no lo entendamos. A veces es un viaje que no sale según lo planeado, a veces es una conversación inesperada, y otras, es el simple acto de detenernos a contemplar la belleza de lo que nos rodea.
Así que aquí estoy, respirando hondo, agradeciendo cada momento y abrazando la certeza de que todo tiene un propósito, incluso cuando no podemos verlo de inmediato.
Porque, al final, los mejores viajes no son los que planeamos, sino aquellos que nos transforman.
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