Ahí estaba ella,
dueña del deck y del sol,
una iguana altiva,
mirándome de reojo,
esquivando mi insistencia.
“Déjame verte”, le dije,
pero su mirada se desvió,
como si supiera
que en este juego de paciencia
yo sería quien cediera.
Al final, un segundo fugaz,
un click que capturó su esencia.
Ella volvió al sol, indiferente,
y yo, con mi cámara triunfante,
me llevé el recuerdo de su arte.
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