Bajo el cielo gris que abraza el mar,
los días se estiran como olas susurrantes,
y aunque el sol se oculta tras nubes de terciopelo,
la paz fluye en el aire como un suspiro.
El océano, infinito y eterno,
guarda secretos en su murmullo,
y cada ola que llega a la orilla
es un poema que la naturaleza escribe.
No hace falta un atardecer brillante,
cuando la calma del momento lo llena todo.
Es en lo sencillo, en el latir sereno,
donde encontramos el refugio del alma.
Hoy, la Navidad descansa en la brisa,
en el vaivén de las olas que nunca cesan,
y tú eres como ese mar:
profunda, infinita, y llena de vida.
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La lluvia se anuncia en susurros lejanos,
como un secreto que el cielo comparte con la tierra.
Cada gota es un abrazo suave,
una danza líquida que refresca el alma.
En la penumbra de la tarde,
el aire se llena de promesas de vida,
y el murmullo del mar acompaña su canto,
creando una sinfonía de paz y esperanza.
Hoy, la Navidad no trae luces ni alboroto,
sino la calma de un cielo gris que llora despacio,
y en su llanto, limpia las heridas del tiempo,
dejando un corazón dispuesto a soñar.
Querida lluvia, ven con tu manto fresco,
acaricia los árboles, besa la arena,
y acompaña a quien, en la quietud de su rincón,
te espera como un poema inacabado.
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