Me encuentro enfrente de mi cuaderno en blanco, -desde que estuve en el Taller del Camino del Artista me encantan los cuadernos con hojas blancas son como lienzos esperando la inspiración para convertirse en arte, - pero en realidad me quedo quedamos en pausa.
Esa pausa que a veces te quedas como en el limbo sin pensar en nada, viendo más allá de la nada, estático, inerte, pero tu corazón late, late a mil por hora y esa pausa que no siempre es descanso…viene cuando te sientas frente a la hoja en blanco y no pasa nada.
Esperas que algo se te ocurra, que una chispa se encienda, pero lo único que se mueve es el tiempo.
A mí me ha pasado muchas veces.
Pongo el temporizador para darme 20 minutos. No más.
Porque sé que tengo otras cosas que hacer.
Porque, como todos los humanos, me he acostumbrado a medirlo todo en tiempo.
En minutos, en tareas, en “deberes”.
Nos hemos vuelto expertos en hacer miles de cosas a la vez…
y a veces, en no hacer nada verdaderamente significativo.
El verdadero milagro es este:
escribir, aunque sea unas líneas.
Con o sin lentes.
Con tiempo limitado o en medio del caos.
Porque escribir es resistir.
Es permitir que la mente y el alma se conecten, aunque sea por unos minutos.
Es honrar lo que sentimos, aunque nadie más lo lea.
La Biblia lo dice en Eclesiastés: “Hay un tiempo para todo”.
Y yo elijo, en medio de todo, darme este tiempo.
===========🌻
Para escribir.
Para mí.
Para mi alma.
“Hoy, escribir fue mi manera de respirar. ¿Y tú, ya te diste ese tiempo?”
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