En un mundo que nos exige ser fuertes, productivos y siempre sonrientes, se nos olvida algo esencial: ser amables con nosotros mismos.
Ser amable, comprensiva y paciente con tus propios sentimientos, pensamientos y acciones no es debilidad.
Es un acto de amor propio, de sanación, de valentía silenciosa.
Porque no siempre entendemos lo que sentimos, no siempre actuamos como quisiéramos, y a veces nuestros pensamientos se convierten en jueces duros que nos hacen dudar de nuestro valor.
Pero… ¿qué pasaría si, en lugar de criticarnos, nos abrazamos con ternura?
¿Qué pasaría si nos tratamos como trataríamos a un ser querido que está pasando por un mal momento?
Ser amable contigo es decirte: “Está bien no estar bien. Estoy aquí para mí.”
Es darte espacio para sentir, sin juzgar.
Es recordarte que tu proceso es único, y que cada paso —por pequeño que parezca— cuenta.
La comprensión hacia ti misma te permite sanar heridas antiguas, calmar la ansiedad y conectar con tu verdadero ser.
Y la paciencia… oh, la paciencia… es esa semilla que, aunque tarde en florecer, siempre da frutos hermosos.
No se trata de hacerlo todo perfecto, sino de hacerlo con amor.
Hoy te invito a que seas tu refugio, tu apoyo, tu mejor amiga.
Porque cuando cultivas amabilidad interior, todo a tu alrededor comienza a florecer también.
Recuerda:
Eres un proceso sagrado. Trátate como tal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario