Desde los primeros días de la Restauración, el Señor ha enseñado a través de Sus profetas que la obra de salvación es una obra indivisible.
La historia familiar y la obra misional son dos lados de una misma moneda: la redención de almas.
El profeta José Smith declaró: “La mayor responsabilidad que Dios ha puesto sobre nosotros es buscar nuestra salvación y la salvación de los muertos” (Doctrina y Convenios 128:15).
Un legado de amor y sacrificio
La obra misional comenzó desde el momento en que el Evangelio restaurado fue dado a conocer. Los primeros misioneros viajaron a pie y en condiciones difíciles para llevar el mensaje de Jesucristo a quienes jamás habían escuchado Su nombre.
Así como el Salvador dejó las 99 ovejas para buscar a la que se había perdido, los misioneros dejan a sus familias, sus comodidades y sus planes personales para ayudar a traer almas a Cristo.
Sin embargo, la obra no termina al bautizar a una persona. El Presidente Russell M. Nelson nos ha recordado que la obra misional y la historia familiar son partes esenciales de una misma gran obra: “La salvación de la familia humana.”
Conectar corazones: Unir el pasado, el presente y el futuro
La historia familiar es más que un simple registro de nombres y fechas. El Presidente Henry B. Eyring testificó: “La obra de historia familiar y la obra del templo traen el poder de la divinidad a nuestra vida” (Conferencia General, abril 2018).
Al buscar a nuestros antepasados, estamos participando directamente en la obra de Dios, conectando generaciones y cumpliendo la profecía de Malaquías:
“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres” (Malaquías 4:6).
Cómo podemos ayudar a la obra de Dios
Cada miembro de la Iglesia, sin importar su edad, tiene un papel clave en esta obra divina. Algunos sirven como misioneros de tiempo completo, otros comparten el Evangelio en redes sociales o con sus amigos.
Al mismo tiempo, cada uno puede dedicar tiempo a la historia familiar: subiendo fotos, escribiendo recuerdos o completando nombres para el templo.
El élder David A. Bednar enseñó: “Ustedes tienen la tecnología al alcance de sus manos, y con ella pueden hacer avanzar la obra de salvación” (Conferencia General, octubre 2011).
El poder redentor del templo
Cuando ayudamos a alguien a recibir el Evangelio, estamos extendiendo la invitación a hacer convenios con Dios. Pero esa invitación también cruza el velo.
Nuestros antepasados esperan en el mundo de los espíritus la oportunidad de recibir esas mismas ordenanzas.
El Presidente Nelson ha dicho: “Cada vez que hacemos algo que ayude a alguien —en ambos lados del velo— a dar un paso hacia el convenio con Dios y recibir las bendiciones del templo, estamos ayudando a recoger a Israel.”
Una invitación personal
Hoy, cada uno de nosotros puede preguntarse:
¿Qué puedo hacer para avanzar en la obra de Dios? Puedo compartir mi testimonio con un amigo, indexar un lote de registros familiares o llevar nombres al templo.
Cada pequeño acto cuenta y el Señor magnifica nuestros esfuerzos.
Recordemos siempre la promesa de José Smith:
“Los muertos no pueden ser perfeccionados sin nosotros, ni nosotros sin ellos” (Doctrina y Convenios 128:18).
Que podamos sentir la urgencia y el gozo de participar en esta gran obra y así unirnos al coro celestial que proclama:
“¡Qué grande es la gloria de nuestro Dios!” (Doctrina y Convenios 76:70).
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