Ellos caminan,
con pasos huecos,
como ecos perdidos
en un mundo de cristal.
Yo, en cambio, tropiezo,
me detengo,
miro las grietas del suelo
y siento el viento en mi piel.
¿Soy yo la que está fuera del ritmo,
o ellos quienes olvidaron escuchar
el latido del universo?
Ellos caminan,
miradas fijas,
pies que siguen caminos gastados,
sin voltear a ver el cielo.
Yo me detengo,
y el silencio me envuelve
como un abrazo incómodo
que me recuerda que estoy viva.
Ellos murmuran,
voces repetidas,
frases vacías,
un eco de palabras sin alma.
Yo escucho,
pero no las entiendo.
¿Es que el lenguaje de la vida
se ha perdido en sus labios?
Sus ojos no ven,
o tal vez no quieren mirar
el reflejo de un mundo
que ha dejado de respirar.
Pero yo siento,
y a veces duele,
como un grito ahogado
que insiste en recordarme:
estás despierta,
y eso es tanto una bendición
como una carga.
Ellos son sombras
que se mueven con precisión,
mientras yo tropiezo,
me pregunto,
me pierdo,
y descubro que en el caos
también hay belleza.
No soy igual.
No soy un eco ni una sombra,
ni un reflejo de lo que otros quieren ver.
Soy carne y alma,
lluvia y fuego,
y en mi diferencia
he encontrado mi verdad.
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