martes, 4 de febrero de 2025

El sonido del recuerdo



Cierro los ojos y dejo que mi imaginación me transporte a una tarde de verano. Estoy de pie en un sendero de grava, con la brisa cálida acariciando mi rostro. A mi lado, sostengo la correa de mi fiel compañero, un perro imaginario que, aunque no es real, se siente tan presente como los latidos de mi corazón.


A lo lejos, el sonido de un coche crujiendo sobre la grava rompe el silencio. Primero es un murmullo sutil, como un susurro en la distancia. Luego, a medida que se acerca, puedo distinguir el chasquido de las pequeñas piedras bajo las llantas, un ritmo irregular que me recuerda a los pasos de alguien que camina sin prisa.


La vibración del motor se mezcla con el canto de los grillos ocultos entre los arbustos. Es un sonido familiar, uno que me lleva de vuelta a mi infancia, a aquellas tardes en casa de mis abuelos, cuando me sentaba en la entrada a esperar la llegada de mi padre. Siempre reconocía su coche por el sonido, incluso antes de verlo.


Abro los ojos. No hay grava bajo mis pies ni un coche aproximándose, pero la sensación de nostalgia permanece. Los sonidos tienen ese poder: nos llevan a lugares, nos envuelven en recuerdos y, por un instante, nos hacen viajar en el tiempo.

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Crónica de una Mañana Fría


El reloj marca las 7:03 a.m., y el frío se cuela entre las rendijas de la ventana, abrazando cada rincón de la habitación con su aliento helado. La luz del sol ya ha despertado, bañando el cielo con un azul claro y sereno, casi inverosímilmente puro. Desde mi ventana, la inmensidad del firmamento parece un lienzo despejado, donde el día comienza a pintar su historia.


A lo lejos, los pájaros entonan su melodiosa sinfonía matutina, como si anunciaran la llegada de un nuevo capítulo. Sus trinos se entremezclan en el aire con la vibración metálica de un tráiler que ruge en la distancia. Su sonido es áspero, un estruendo de fierros que rompe momentáneamente la armonía, como un recordatorio de que el mundo sigue su curso imparable.


El aire frío acaricia mi piel, y aunque el cansancio de la mudanza aún pesa en mi cuerpo, hay algo en esta mañana que me reconforta. Tal vez sea la quietud, el contraste entre el canto de los pájaros y el rugido de la ciudad, o simplemente el hecho de que hoy, aquí y ahora, puedo detenerme un instante a escuchar.


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