lunes, 23 de diciembre de 2024

La tarde que lloro conmigo


El lunes avanzaba como un visitante inoportuno, cargado de silencios y recuerdos que arañaban el alma. 

Ella había llorado desde la mañana, dejando que las lágrimas trazaran caminos invisibles por su rostro, como si buscaran liberar algo que llevaba demasiado tiempo atrapado.

A medida que la tarde caía, el llanto no cesaba; más bien, parecía crecer como una tormenta contenida que finalmente encontraba su salida.

En el último suspiro de un lloro profundo, sintió algo diferente. Un dolor extraño, como si algo dentro de ella se hubiese roto, o tal vez se estuviera desprendiendo. No era fácil describirlo, no era solo físico ni meramente emocional. Era un eco, un latido hueco que provenía de lo más profundo de su ser, donde las heridas invisibles de los años aún se aferraban con fuerza.

Se llevó una mano al pecho, buscando calmar aquel dolor que no tenía nombre. “¿Qué me está pasando?”, pensó, mientras respiraba profundamente, intentando detener las lágrimas. No había respuesta, solo un silencio que hablaba en un idioma que no podía comprender, pero que sabía necesario.

La luz de la tarde comenzaba a apagarse, tiñendo el cielo de un naranja melancólico. A través de la ventana, el mundo parecía indiferente a su tristeza. Sin embargo, Ella supo en ese momento que la tristeza no pedía permiso ni entendimiento. Era un visitante incómodo, sí, pero también un maestro, uno que traía consigo la promesa de renovación.

En medio de su pesar, una pequeña certeza comenzó a formarse. Aunque doliera, aunque su pecho se sintiera como un campo de batalla, sabía que cada lágrima estaba cumpliendo un propósito: limpiar, liberar, dejar espacio para algo más. “Hoy me toca llorar”, pensó, no como una rendición, sino como una aceptación valiente de su humanidad.

La tarde avanzó, y con ella, una calma ligera comenzó a envolverla. No todo estaba bien aún, pero tampoco estaba completamente mal. Había algo en ese dolor que la conectaba consigo misma, como si su alma se tomara de las manos con su cuerpo, prometiendo caminar juntas hacia la sanación.

El lunes seguía siendo lunes, pero ella, con su corazón todavía frágil, supo que incluso los días más grises tenían un propósito. Cerró los ojos por un momento, y mientras el sol bajaba tras el horizonte, se permitió un respiro. No todo estaba perdido, porque aún había un mañana que prometía un nuevo comienzo.

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