Los árboles, firmemente arraigados en la tierra, son testigos silenciosos del paso del tiempo.
Cuando el viento comienza a soplar, sus ramas se mecen con gracia, como si estuvieran participando en una danza ancestral.
Cada hoja se convierte en un bailarín, moviéndose al ritmo invisible de la brisa, creando una sinfonía de susurros que cuenta historias de resistencia y adaptabilidad.
Aunque el viento pueda ser fuerte y tempestuoso, los árboles flexionan sus ramas sin quebrarse, mostrando una sabiduría natural en cómo abrazan el cambio sin perder su esencia.
En cada movimiento, hay una lección sobre la belleza de ser flexible ante las adversidades, sin dejar de ser firmes en nuestras raíces.
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