En un reino lejano, de una época en que la magia y los humanos vivian pacíficamente y los unicornios y hadas podían cantar y vagar en los bosques.
Escondido entre montañas de cristal y mares de plata, vivía una joven llamada Lyra , conocida en todo el reino por sus ojos únicos, capaces de reflejar los mil colores del cielo. No era una princesa, ni una hechicera, pero su mirada poseía un poder misterioso: al cruzarse con los ojos de alguien, podía ver en su reflejo sus secretos más profundos y sus deseos no confesados.
Desde pequeña, Lyra se dio cuenta de su habilidad y comenzó a evitar las miradas ajenas. Vivía en una pequeña cabaña en el bosque, sola, temerosa de lo que podría descubrir en los corazones de los demás. Sabía que las verdades que habitaban en cada ser humano eran demasiado dolorosas, oscuras y brillantes a la vez.
- “Las mil miradas pueden destruir o salvar”, - le advirtió una anciana que conoció en su juventud.
Pero un día, el rey del reino vecino, Eryon, envió una carta convocándola. Una sombra oscura cubría sus tierras, y sus consejeros habían oído hablar de la joven con los ojos que podían ver lo que los demás no podían. Aunque Lyra temía lo que le esperaba, decidió responder al llamado.
Al llegar al castillo, el ambiente estaba impregnado de tristeza. La tierra se marchitaba, y una extraña niebla lo cubría todo. En su encuentro con el rey, Lyra descubrió que sus tierras habían sido maldecidas por una entidad ancestral, conocida como Gleymir - El Olvidado, una criatura que se alimentaba de los deseos no cumplidos y los miedos ocultos de los corazones humanos.
El rey, desesperado por salvar a su pueblo, le pidió que mirara en sus ojos para descubrir cómo enfrentar a Gleymir- El Olvidado. Sabía que esa mirada podía cambiarlo para siempre, pero estaba dispuesto a correr el riesgo.
Lyra dudó, pero al final, enfrentó al rey con sus ojos brillantes, y en el instante en que sus miradas se cruzaron, lo vio todo: los temores del rey de perder su reino, sus remordimientos, y el amor profundo que guardaba en su corazón por su hija desaparecida, quien había sido la primera víctima del Gleymir.
Lyra comprendió que no bastaba con luchar contra la oscuridad; la única forma de vencer a la criatura era enfrentar los deseos más profundos de cada persona. La única manera de salvar al reino era ayudar al rey a aceptar su pérdida, a encontrar en su dolor el poder de cambiar la maldición.
Así, juntos, Lyra y el rey Eryon comenzaron una travesía, no hacia la oscuridad exterior, sino hacia el interior de sus corazones y los de su pueblo. Mientras caminaban por el reino, Lyra cruzaba su mirada con la de sus habitantes, y en cada uno veía un deseo, un anhelo o un temor que alimentaba al Gleymir.
Lyra entendió entonces que las mil miradas no eran una maldición, sino un don, un espejo para que las personas vieran dentro de sí mismas, aceptaran sus miedos y transformaran sus deseos en acciones que trajeran luz a sus vidas.
Cuando finalmente llegaron al corazón de la oscuridad, el Gleymir, una criatura de sombras y voces susurrantes, intentó consumir a Lyra. Pero ella, con sus ojos llenos de las mil miradas, lo enfrentó y le mostró su propio reflejo: una entidad nacida del miedo, que solo existía porque los corazones humanos le habían dado poder.
El Gleymir desapareció en un destello de luz, pero vive en otro reino ahora ; y el reino volvió a florecer. Lyra, ya sin temor, supo que su destino era recorrer el mundo, ayudando a los demás a descubrir sus propios secretos, a enfrentarse a sus sombras y encontrar el poder que reside en la verdad.
El rey, agradecido, le ofreció su mano y su reino, pero Lyra, con una sonrisa serena, le dio su última mirada. Sabía que su misión no había terminado, y que aún había muchos corazones que necesitaban ser iluminados por las mil miradas.
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