Esa noche, finalmente, logré dormir bien.
El cansancio se desvaneció con cada suspiro profundo mientras el frío me abrazaba suavemente, como una manta de hielo que se derretía lentamente, brindándome una sensación de paz y quietud.
Sentí cómo mis párpados se volvían pesados y mi mente se iba adentrando en un sueño profundo.
Envolviéndome con su manto oscuro, Morfeo me acunó en sus brazos, llevándome a un mundo donde las preocupaciones no existían, y solo quedaba la serenidad de un descanso reparador.
Cada segundo en ese refugio fortalecedor me rejuvenecía, permitiéndome disfrutar de un descanso que parecía eterno.
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