Hace unos días, un amigo compartió una frase en sus redes que me conmovió profundamente. No era un texto extenso, pero cada palabra tenía un peso real:
“Después de cierta edad, ya no eres el producto de tu entorno ni de cómo fuiste criado. Se convierte en una elección personal vivir como lo haces…”
Y en ese momento, sentí algo moverse dentro de mí. No porque fueran palabras duras, sino porque eran honestas. Verdaderas.
Llega una etapa en la vida donde seguir culpando a la infancia, al abandono, al dolor heredado… deja de ayudarnos.
El pasado duele, sí. Pero no tiene que ser una cárcel.
Como decía Wayne Dyer:
“No siempre puedes controlar lo que sucede fuera, pero siempre puedes elegir cómo responder desde dentro.”
Y eso es sanación.
Louise Hay nos enseñó:
“Si estamos dispuestos a trabajar en nuestra mente, casi todo puede sanar.”
Y es verdad.
La sanación no ocurre fuera de ti.
No la traerá alguien más.
No viene envuelta en forma de pareja, trabajo, religión ni reconocimiento.
La sanación sucede cuando te haces responsable de ti mismo.
De tu historia, de tu presente, y de la vida que todavía puedes construir.
Porque ya no somos niños esperando que alguien nos salve.
No estamos rotos. Estamos en construcción.
Y ese viaje hacia adentro requiere coraje, sinceridad y mucha ternura con uno mismo.
“La verdad es que nadie vendrá a salvarte. Todo depende de ti.”
Pero, ¿sabes qué es lo esperanzador?
Que tú puedes ser esa persona que siempre necesitaste.
Puedes abrazarte en tus momentos más oscuros.
Puedes aprender a amarte aunque nadie te haya enseñado cómo.
No se trata de ser perfectos.
Se trata de despertar.
De honrar el alma herida, y decirle con amor: “Estoy contigo. Ya no estás sola.”
Sanar no es olvidar. Es comprender.
No es borrar el dolor. Es darle sentido.
No es dejar de sentir. Es volver a sentir sin quedarte atrapado.
Y lo más hermoso de todo esto es que… nunca es tarde para comenzar.
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