Hay momentos en la vida que no se pueden maquillar.
Duelen.
Marcan.
Transforman.
Un querido amigo está viviendo uno de esos momentos ahora: su padre está en el hospital, en etapa terminal de cáncer.
La palabra “terminal” se clava como un alfiler en el alma.
No importa cuántos años tenga uno, nunca se está listo para despedirse de un padre.
Recordé entonces mis propias visitas al hospital.
Recorrí mentalmente esos pasillos largos, el olor a desinfectante, el ruido constante de máquinas, y esa sensación de estar en pausa… como si el mundo siguiera girando afuera mientras tú estás atrapado en una burbuja de incertidumbre.
Las enfermedades no son bonitas.
No tienen filtros.
No piden permiso para llegar.
Pero nos hacen reflexionar.
Nos sacuden.
Nos obligan a mirar de frente lo frágil que es la vida, y lo valioso que es cada minuto con los que amamos.
Cuando alguien que quieres está hospitalizado, el tiempo cambia de forma. Cada segundo se vuelve pesado, cada palabra puede ser la última, y cada mirada adquiere un nuevo significado. Lo que antes era rutina, ahora es un privilegio. Y lo que antes dabas por sentado, ahora se convierte en un tesoro.
Este artículo no tiene como objetivo dar consejos. Solo quiero compartir ese sentir que muchos hemos tenido: la mezcla de miedo, esperanza, resignación y amor profundo que se vive en un hospital cuando alguien a quien amamos está luchando por su vida.
A ti, que estás acompañando a tu ser querido, te abrazo en la distancia.
No estás solo.
El dolor compartido se hace más liviano, y a veces, una palabra, un pensamiento, una oración… puede ser justo lo que se necesita.
⸻🌻
“Que el amor sostenga lo que la fuerza no puede,
que la fe abrace donde la lógica no alcanza,
y que en medio del dolor… nunca falte la esperanza.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario