En un mundo donde la inmediatez y los mensajes rápidos han reemplazado los abrazos y las visitas inesperadas, ser amigo se ha vuelto más que un título: es una elección consciente.
Muchos nos quejamos de que no nos escriben, que nadie nos llama, que ese “amigo” solo aparece cuando necesita algo.
Pero, ¿cuántas veces nosotros también hemos fallado en ser el amigo que quisiéramos tener?
Ser amigo no es solo estar en las fiestas o los logros.
Es también aparecer en medio del silencio, cuando no hay filtros bonitos ni sonrisas forzadas.
Es preguntar “¿cómo estás?” y quedarse para escuchar la respuesta.
Ser amigo no es dar consejos perfectos, sino ofrecer presencia, incluso en medio de nuestras propias tormentas.
Un amigo verdadero no necesita ser perfecto.
Solo necesita ser honesto, empático y constante. A veces, basta un mensaje inesperado, un audio diciendo “te pensé”, o una nota compartida con cariño.
Y sí, también hay que hablar de los que solo aparecen cuando necesitan algo. Porque una amistad sana no se basa en el uso, sino en el cuidado mutuo.
No somos servicio a domicilio de afecto ni banco de soluciones. Aprender a poner límites también es parte de ser buen amigo: decir “te quiero, pero también me cuido”.
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Hubo un tiempo en mi vida donde esperaba más de los demás, sin darme cuenta que yo también podía dar más.
Que ser amigo no es contar cuántas veces te buscan, sino cuántas veces estás tú, sin que te lo pidan. A veces, el silencio duele… pero también enseña.
Me enseñó a valorar, a perdonar, y sobre todo, a elegir ser luz para otros sin esperar reflectores.
Hoy, antes de quejarme porque no me escribieron, me pregunto:
¿a quién puedo escribir yo?
¿A quién puedo abrazar con palabras?
Tal vez ahí empiece el verdadero acto de amistad.
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