El divorcio, hoy en día, se ha vuelto tan común que parece una opción ligera.
Si no te gusta cómo va todo, simplemente te divorcias.
Pero las cosas no son tan simples, sobre todo cuando hay una historia profunda detrás… una historia que muchas callamos por miedo, por vergüenza, por costumbre o simplemente porque no queremos revivir el dolor.
En mi caso, el divorcio no fue una moda. Fue una necesidad.
Viví abuso y violencia dentro del hogar. No lo leí en un libro. No me lo contaron. Lo viví en carne propia. Y dolió.
Tomar la decisión de separarme fue el acto más valiente que he hecho en mi vida.
Pero también fue el más solitario.
Nadie te cuenta que cuando te conviertes en “la divorciada”, no solo cambias tu estado civil.
Cambias tu lugar social, tu círculo de amistades, tu rutina, tus sueños, tu idea de familia…
Y a veces, hasta tu fe en el amor.
Vienen las críticas, los chismes, los comentarios injustos. Y eso, créeme, es solo la punta del iceberg.
Lo que nadie ve es esa montaña rusa emocional que se desata:
Un día te sientes fuerte, al otro día quieres volver atrás. Un día sonríes, al otro sientes un vacío que duele.
Y sí, hay incertidumbre. Te preguntas: “¿Y ahora qué hago?”
Tu vida cambia por completo y cuesta mucho volver a confiar, incluso en ti misma.
Hay quien te dice que un clavo saca otro clavo, pero no es cierto.
Si estás herida y no has sanado, puedes lastimar a alguien más…
Y eso no es justo. Porque hay personas con sentimientos sinceros que no merecen cargar con las heridas de tu pasado.
Por eso, el divorcio no es el final. Es un renacimiento.
Una nueva oportunidad para reconstruirte, para mirar al espejo con ternura, para amarte más.
Y sí, lleva tiempo. Sanar no es rápido, pero es posible.
Hoy, desde este nuevo lugar donde estoy, te hablo a ti, mujer valiente que estás atravesando ese proceso:
No estás sola. No estás rota. No fracasaste.
Simplemente, decidiste no quedarte en un lugar que apagaba tu luz.
Divorciarte no te quita valor, te devuelve la voz.
Te devuelve la posibilidad de empezar otra historia… esta vez contigo como protagonista.
¿Qué pasa después?
Después del divorcio, no hay una línea de meta.
No hay fuegos artificiales. No hay manual de instrucciones.
Solo estás tú. Con tus cicatrices, tus dudas, tu miedo… y un mundo nuevo por delante.
Nadie te prepara para ese silencio que llega después.
Para la cama vacía, para las decisiones que ahora tienes que tomar sola, para ese primer domingo sin planes, sin él, sin su familia.
Y sí, a veces el silencio duele más que las palabras.
Pero ahí, justo ahí, comienza el verdadero trabajo: el de reconstruirte.
Volver a ti.
Reconectar con lo que eres, con lo que sueñas, con lo que habías dejado guardado por tanto tiempo.
Y no es un proceso lineal. Un día estás fuerte, otro no.
Un día sientes que puedes con todo, y al siguiente vuelves a llorar por cosas que ya pensabas superadas.
Y está bien.
Sanar no es olvidar. Es recordar sin que duela.
Es abrazar tu historia sin quedarte atrapada en ella.
Es volver a confiar… en ti, en la vida, en el amor.
Sí, en el amor.
Porque aunque parezca imposible, un día… sin darte cuenta, vuelves a creer.
No porque alguien llegue a “rescatarte”, sino porque tú misma te diste la oportunidad de sanar.
Y entonces, empiezas a disfrutar de tu propia compañía.
Te das cuenta de que puedes reír sola, bailar sin permiso, dormir tranquila.
Empiezas a elegir desde el amor y no desde la necesidad.
Y eso lo cambia todo.
No eres la misma que se fue, ni la que lloró, ni la que aguantó.
Ahora eres tú. Más libre, más consciente, más viva.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario