jueves, 20 de febrero de 2025

El Silencio Interior


Veo a los demás caminar por calles llenas de ruido, pero en sus ojos no hay brillo, solo reflejos de un mundo que los ha absorbido. Yo no soy así. Me detengo, me cuestiono, me busco. Y aunque esa búsqueda me aísle, prefiero el dolor de sentir que el vacío de existir sin propósito

Ela siempre había buscado respuestas afuera. Desde niña, la vida le enseñó que no podía confiar completamente en el mundo que la rodeaba, pero tampoco sabía cómo confiar en sí misma. Los años pasaron, y con ellos vinieron los desafíos, las cicatrices que marcaban tanto su piel como su corazón. A pesar de todo, Ela aprendió a mantenerse de pie, aunque a veces tambaleara.

La búsqueda de respuestas externas se convirtió en su refugio. Horóscopos, consejos de amigos, libros de autoayuda, incluso números que prometían atraer suerte y éxito. Todo parecía más fácil cuando alguien más le decía qué camino tomar. Sin embargo, en las noches más oscuras, cuando la soledad hacía eco en su habitación, Ela sabía que esas respuestas no llenaban el vacío que sentía.

Fue en uno de esos momentos, entre lágrimas silenciosas y el cansancio acumulado, que se preguntó: “¿Qué estoy buscando realmente?” La pregunta no tenía una respuesta inmediata, pero algo dentro de ella se movió, como si una pequeña luz hubiera sido encendida.

El peso de la responsabilidad
Ela comenzó a darse cuenta de algo doloroso pero necesario: había estado viviendo como si alguien más tuviera la llave de su felicidad. Esperaba que las respuestas vinieran del exterior, pero al final, el verdadero poder siempre había estado en sus manos. Era aterrador. Tomar responsabilidad significaba aceptar no solo sus logros, sino también sus errores, sus miedos y su dolor.

El dolor como maestro
Aprender duele. Para Ela, cada cicatriz contaba una historia: algunas hablaban de pérdidas, otras de injusticias, otras de un amor que nunca llegó a ser. Pero en esos momentos de introspección, empezó a ver el dolor como un maestro. Cada experiencia la había hecho más fuerte, más sabia. Aprendió a mirarse al espejo y no solo ver sus cicatrices, sino también la mujer que las había superado.

Renovación constante
La vida no es una línea recta, pensaba Ela. Es un ciclo constante de renovación, como las estaciones. Había días en los que se sentía atrapada en un invierno interminable, pero también aprendió que la primavera siempre llegaba, incluso si tomaba tiempo. Lo importante era no rendirse, seguir cuidándose y permitirse florecer, aun cuando no siempre supiera cómo.

La voz interna
Un día, mientras escribía en su libreta, Ela notó algo diferente. Sus palabras ya no eran sobre lo que otros decían que debía hacer; eran sobre lo que ella quería, lo que sentía y lo que soñaba. Era su voz. Por primera vez en mucho tiempo, se escuchó realmente, y lo que escuchó fue liberador.

No necesitaba las estrellas ni los números para guiarla. Aunque fueran bonitos adornos en el camino, la brújula siempre había estado en su interior. Esa voz, pequeña pero persistente, le recordó que ella era suficiente.

El poder de elegir
Ela entendió que la vida no le debía nada, pero tampoco ella le debía nada a la vida, salvo una cosa: vivirla plenamente. Decidió que, aunque no pudiera controlar todo lo que sucedía, sí podía elegir cómo enfrentarlo. Y esa elección, por más pequeña que fuera, era su mayor poder.

Así que, un día a la vez, Ela comenzó a caminar hacia adelante. No había garantías, pero había esperanza. Y con eso, supo que, sin importar cuántas veces cayera, siempre se levantaría. Porque el silencio que antes temía ahora era su aliado, su lugar seguro donde podía encontrar las respuestas que tanto había buscado.

 

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