Veo a los demás caminar por calles llenas de ruido, pero en sus ojos no hay brillo, solo reflejos de un mundo que los ha absorbido. Yo no soy así. Me detengo, me cuestiono, me busco. Y aunque esa búsqueda me aísle, prefiero el dolor de sentir que el vacío de existir sin propósito
Ela siempre había buscado respuestas afuera. Desde niña, la vida le enseñó que no podía confiar completamente en el mundo que la rodeaba, pero tampoco sabía cómo confiar en sí misma. Los años pasaron, y con ellos vinieron los desafíos, las cicatrices que marcaban tanto su piel como su corazón. A pesar de todo, Ela aprendió a mantenerse de pie, aunque a veces tambaleara.
La búsqueda de respuestas externas se convirtió en su refugio. Horóscopos, consejos de amigos, libros de autoayuda, incluso números que prometían atraer suerte y éxito. Todo parecía más fácil cuando alguien más le decía qué camino tomar. Sin embargo, en las noches más oscuras, cuando la soledad hacía eco en su habitación, Ela sabía que esas respuestas no llenaban el vacío que sentía.
Fue en uno de esos momentos, entre lágrimas silenciosas y el cansancio acumulado, que se preguntó: “¿Qué estoy buscando realmente?” La pregunta no tenía una respuesta inmediata, pero algo dentro de ella se movió, como si una pequeña luz hubiera sido encendida.
No necesitaba las estrellas ni los números para guiarla. Aunque fueran bonitos adornos en el camino, la brújula siempre había estado en su interior. Esa voz, pequeña pero persistente, le recordó que ella era suficiente.
Así que, un día a la vez, Ela comenzó a caminar hacia adelante. No había garantías, pero había esperanza. Y con eso, supo que, sin importar cuántas veces cayera, siempre se levantaría. Porque el silencio que antes temía ahora era su aliado, su lugar seguro donde podía encontrar las respuestas que tanto había buscado.
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