Hoy, en el Día de San Valentín, el mundo se llena de flores, chocolates y promesas de amor eterno.
Pero entre tanto ruido, hay un amor que solemos olvidar: el amor de Dios y el amor propio, que son inseparables.
La Biblia nos recuerda: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31).
Pero ¿cómo podemos amar a otros si primero no aprendemos a amarnos a nosotros mismos?
El amor propio no es egoísmo, sino un reflejo del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Somos su creación, su obra maestra, y Él nos ama con un amor perfecto e incondicional.
El Libro de Mormón también nos enseña que el amor de Dios es la fuente de todo gozo verdadero: “La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre” (Moroni 7:47).
Ese amor nos invita a vernos con misericordia, a cuidarnos y a recordar que, sin importar nuestras fallas, siempre somos dignos de amor y perdón.
Así que hoy, más allá de los regalos y las flores, date el mejor obsequio: reconocer tu valor a los ojos de Dios.
Ama a los demás, pero no olvides amarte a ti mismo, porque en cada acto de amor propio estás honrando al Creador que te hizo con propósito y amor infinito.
Feliz San Valentín, porque el amor más grande siempre ha estado contigo. ❤️
No hay comentarios.:
Publicar un comentario