El mar, testigo eterno,
susurra historias de esperanza,
pero también llora
por las huellas que dejamos.
Un vaso olvidado,
un fragmento de descuido,
esconde el canto de las olas,
apaga la voz de la tierra.
Sin embargo, hoy,
tus manos y las de tu hijo
se convierten en faros,
recogiendo lo que otros olvidaron,
reparando lo que otros rompieron.
Porque amar el planeta
es más que mirar sus paisajes;
es escuchar su llamado,
y responder con acciones,
con el eco de nuestras huellas limpias.
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