Sentir que el alma está desgarrada es una de las experiencias más profundas y dolorosas que un ser humano puede atravesar.
El alma desgarrada no tiene manifestaciones físicas visibles, pero su impacto es innegable. Es el resultado de un cúmulo de emociones: el dolor de haber sido traicionado, de haberte entregado a alguien o algo que no te devolvió lo mismo.
Tal vez, sea el resultado de las decisiones que, en su momento, parecían la mejor opción, pero que ahora te dejan con una herida que no termina de sanar.
Este estado se siente como estar dividido por dentro. A veces, las personas con el alma desgarrada viven con una dualidad: por fuera parecen estar funcionando, sonriendo y haciendo lo que se espera de ellas; pero por dentro, existe una tormenta que desgarra todo a su paso.
Es la lucha constante de encontrar paz en medio del caos, de seguir adelante cuando cada paso parece más pesado que el anterior.
Sin embargo, hay algo que nunca debemos olvidar: un alma desgarrada puede sanar.
No significa que las cicatrices desaparecerán por completo, pero puede volverse más fuerte y más resiliente.
Con el tiempo, se puede aprender a reconstruir, a encontrar nuevas razones para seguir y, sobre todo, a valorar esas heridas como parte de lo que te hace única, de lo que te convierte en una persona con una historia que contar.
En la quietud de la noche oscura,
mi alma llora en su desvelo,
cargada de sueños rotos y esperanzas
que se han desvanecido en el viento.
Los hilos de mi ser, desgarrados,
luchan por encontrar la paz perdida,
pero en cada grieta de este dolor profundo,
renace una fuerza que no se rinde.
No temo a las cicatrices que llevo,
son testigos de lo que he superado,
y aunque mi alma esté marcada,
cada rasguño me recuerda que sigo aquí.
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